Los traumas durante el desarrollo

Cada vez existe más evidencia sobre cómo el maltrato emocional y/o el abandono crónico en la infancia, puede ser tan devastador como cualquier acontecimiento traumático agudo que pueda ocurrir a lo largo de la vida de una persona.

Si cuando somos pequeños nuestros cuidadores principales ignoran nuestras necesidades más elementales o incluso llegan al maltrato físico o psicológico, lo más probable es que el niño aprenda a anticipar el rechazo y desarrolle distintos patrones de conductas, que pueden pendular desde el retraimiento absoluto hasta una llamada de atención constante, apareciendo un sistema de apego inseguro, bien evitativo (lidiar sin sentir), bien ansioso (sentir sin lidiar).

Traumas durante el desarrollo

Los niños no tienen más opción que aprender a sobrevivir con la familia que les ha tocado en suerte. Su supervivencia depende de sus mayores, sin embargo, estos mismos cuidadores pueden ser la fuente de su terror o inseguridad ¿Qué pueden hacer entonces? ¿Cómo aprenden a sobrevivir en ese entorno?

Problemas en el entorno familiar

Quizá el niño con experiencias hostiles en su entorno familiar aprenda a sobrevivir discutiendo frecuentemente con los adultos, culpando a otros de sus propios errores, involucrándose constantemente en problemas, por lo que será fácil etiquetarle con un diagnóstico de trastorno desafiante oposicionista. O por el contrario aprenda a mostrarse aislado y apático, como forma de “invisibilizarse” y mantenerse a salvo, adjudicándole quizá un diagnóstico de trastorno depresivo.

¿Ayudan estos diagnósticos a los niños o a las personas ya adultas que están luchando por superar las consecuencias de sentirse abandonadas, inseguras, desprotegidas o abusadas? Ninguno de estos diagnósticos DSM es totalmente erróneo, pero ninguno identificará realmente que le pasa a ese paciente y mucho menos incluirá los mecanismos para conseguir resolver sus conflictos antiguos.

He podido comprobar en muchos de mis pacientes adultos, como en su infancia la rabia que no pudieron expresar hacia sus cuidadores, se redirige hacia sí mismos, en forma de depresión, ansiedad, ataques de pánico, autodesprecio, aislamiento, ira o autodestrucción, en su vida actual.

Solo podemos esperar resolver los problemas de estas personas si miramos con ellos lo que les sucedió y cómo les está afectando en la actualidad y hacemos algo más que etiquetarlos con diagnósticos que puede que les marquen para toda su vida, sobremedicándoles o centrándonos únicamente en los síntomas visibles, que difícilmente curan las heridas de origen.

Con estos diagnósticos, en muchas ocasiones, queda silenciada una verdadera epidemia de personas con vivencias traumáticas durante su desarrollo, que les está generando un gran sufrimiento y dificultades adaptativas de distinta índole en su vida adulta. Si no somos capaces de curar su trauma relacional infantil, difícilmente podrán cambiar su concepción del mundo y, por tanto, producir mejoría en sus síntomas.

Sonia Pérez Sala