Benditas contradicciones
Me resulta bastante curioso comprobar cómo a veces intentemos describir la vida en términos opuestos, hablando sobre lo que nos pasa, sobre quiénes somos y como nos sentimos, a partir de términos dicotómicos: bueno o malo, fuerte o débil, éxito o fracaso, simple o complejo, decidido o indeciso, introvertido o extrovertido, triste o alegre, contigo o sin ti…, en fin, infinitas posibilidades de términos contradictorios a los que en muchas ocasiones nos aferramos, como si solo pudiéramos estar definidos en uno u otro de los polos.
Siento que por lo general vivimos muy esclavizados/as por ese pensamiento polarizado que nos lleva a etiquetarnos a nosotros mismos, a nuestros sentimientos, a otras personas, incluso a nuestra propia vida en general, sin ser capaces de percibir matices. Esta polarización provoca una sensación de no poder ser de otra manera, de no poder vivir de forma distinta, construyéndonos una máscara estanca de cómo somos, que nos impide explorar otras posibilidades, nuevas formas de ser y sentir.
¿Por qué generalmente utilizamos esa «O,» que aun siendo su forma un círculo, no integra nada, sino que marca la diferencia entre opuestos percibidos como irreconciliables?.
¿Porqué no empezar a utilizar en nuestra vida y en nuestro lenguaje el término «Y»?. Observemos cómo se escribe esta letra. Está formada por dos palitos que confluyen en uno. Me pregunto, ¿será que esta letra quiere mostrarnos que los dos opuestos pueden ser a la vez?. Parece una contradicción sentirse a veces buena y mala persona, indecisa y segura, simple y compleja, introvertida y extrovertida, tener momentos de tristeza y a la vez sentirse feliz. ¿Podemos ser todo eso a la vez?.
Creo que integrando términos opuestos podríamos sentirnos más libres, menos constreñidos por etiquetas impuestas por nosotros mismos o por la sociedad, que marcan cómo tenemos que sentir, pensar y actuar.
Una contradicción es la expresión de la movilidad de la vida, de su diversidad dimensional. Pensar que podemos vivir alejados de las contradicciones sería renunciar a la dinámica misma de la vida, creer que podríamos vivir de una manera siempre estable y coherente.
En la medida en que imaginamos que podemos vivir sin contradicciones, corremos el riesgo de convertirnos en personas sectarias, ingenuas o moralistas, cerrados en nuestra propia jaula de conceptos estancos que nos producen una falsa seguridad, pero que nos encorsetan y nos impide crecer.
Sin duda, este mundo tan ordenado nos dará un sentido de seguridad, especialmente en las relaciones humanas, pero no nos estimulará a cambiar, a crear, a buscar nuevos caminos.
Las contradicciones están siempre presentes a pesar de que muchas veces preferiríamos negarlas o enmascararlas. Sería oportuno aprender a acogerlas como fuerzas positivas que favorecen nuestro crecimiento personal. Por eso, las contradicciones son «la sal de la vida», son el germen que provoca la mayoría de nuestros procesos vitales que nos llevan a movilizarnos y a cambiar. Me he dado cuenta de ello en varias situaciones de mi vida y he podido constatarlo en la vida de muchas de las personas que conozco.
No deseo eliminar mis contradicciones, ya que ellas agitan mis creencias personales, dan sabor a mi existencia y me hacen pensar. Intento vivir de forma coherentemente contradictoria, integrando los opuestos que hay en mí y en mi vida, sin juzgarme críticamente ni encorsetarme con etiquetas.
Parece que estoy aprendiendo día a día a degustar el sabor de las contradicciones en mi vida. Ya no me percibo a mi misma ni al mundo en términos opuestos, en polos dicotómicos inamovibles. Cuando aprendes a aceptar tus contradicciones y dejas de entablar una lucha intentando conseguir una coherencia rígida aparentemente portadora de seguridad, los acontecimientos entonces aparecen más flexibles, más fáciles de entender, soportar y si es necesario modificar ¡Qué contradicción y qué alegría!