El Cerebro 🧠 Nuestro pareado de tres alturas

Podríamos comparar la estructura de nuestro cerebro con un chalet pareado de tres alturas. Cada altura presenta sus peculiaridades y su función dentro del conjunto. Conocer cada planta que compone nuestro cerebro y qué se hace en cada una de ellas, nos puede permitir utilizar distintos recursos en terapia para trabajar en cada planta de manera distinta, teniendo en cuenta sus peculiaridades y poder integrarlas para que nuestro chalet mantenga todo en orden y funcione a la perfección.

Si continuamos con el símil arquitectónico, nuestro cerebro es como un pareado, ya que cada hemisferio cerebral está especializado en el procesamiento y representación de la experiencia de un modo diferente. El cuerpo calloso, un haz de fibras nerviosas que conecta las dos mitades del cerebro, nos permite sacar partido de las capacidades especiales de cada hemisferio y beneficiarnos de su integración.

Actualmente sabemos que los dos hemisferios del cerebro hablan lenguajes diferentes. El derecho es intuitivo, emocional, visual, espacial y táctil. El izquierdo es lingüístico, secuencial y analítico. Sabemos también que el hemisferio izquierdo se conecta cuando los niños empiezan a comprender el lenguaje y aprender a hablar.

Los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro también procesan las huellas del pasado de manera drásticamente diferentes. La parte izquierda del cerebro recuerda los hechos de forma secuencial. Recurrimos a él para explicar nuestras experiencias y ponerlas en orden. En la parte derecha del cerebro, se almacenan los recuerdos sonoros, táctiles, olfativos y las emociones que evoca.

¿Cuáles son las tres alturas del Cerebro?

Las tres alturas del cerebro son de abajo arriba el tronco del encéfalo, el sistema límbico y el neocortex.

PLANTA SÓTANO: EL TRONCO ENCEFÁLICO. Cerebro reptiliano:

Esta parte del cerebro se encuentra activo ya en el útero y es plenamente operativo al nacer. Es el encargado de todo lo que pueden hacer los recién nacidos: comer, dormir, despertar, llorar, respirar, notar la temperatura, el hambre, el dolor. Está situado sobre la columna vertebral y aporta la maquinaria neuronal necesarias para regular las funciones corporales básicas: ritmo cardiaco, respiración, digestión. Regula el sistema nervioso autónomo. Debe menos a la experiencia y al aprendizaje que las otras dos plantas de nuestro cerebro.

En el tronco encefálico nace el nervio vago, uno de los 12 pares craneales. El nervio vago actúa como un freno. Si el nervio vago, nuestro freno, está activado,  manda señales al corazón y a los pulmones, reduciendo el ritmo cardiaco y aumentando la profundidad de la respiración. Nos sentimos tranquilos y relajados, ya que activa el sistema nervioso autónomo parasimpático.

Cualquier amenaza a nuestra seguridad, hace que el freno del nervio vago se desactive, tomando el control el sistema nervioso simpático, movilizando músculos, corazón y pulmones para luchar o huir.

Cuando luchar o huir no resuelve la amenaza, se activa el último recurso: el complejo vagal dorsal.  Una vez que este sistema toma el control las otras personas y nosotros mismos dejamos de importar. La conciencia se apaga y puede que físicamente ya no registremos el dolor. Perdemos el contacto con nosotros mismos y con el entorno. Nos disociamos, nos desmayamos y nos colapsamos, quizá como mecanismo de defensa natural ante una situación que no podemos soportar.

Neuronas

PLANTA CALLE. EL SISTEMA LIMBICO. Cerebro emocional.

Conjuntamente con el cerebro reptiliano, el sistema límbico configura el cerebro emocional y su principal tarea es buscar nuestro bienestar. El desarrollo de esta parte del cerebro comienza cuando el bebé nace. Es el centro de las emociones. El monitor del peligro, el juez que valora lo que es agradable o desagradable, peligroso o placentero y donde se sitúan el cocinero y el detector de humos del chalet.

El cocinero y el detector de humos

La información sensorial sobre el mundo exterior nos llega a través de los ojos, la nariz, los oídos y la piel. Estas sensaciones convergen en el tálamo, que actúa como cocinero del cerebro. El tálamo mezcla toda la información de nuestros receptores y prepara una sopa autobiográfica sobre “esto es lo que me está sucediendo”.  Luego las sensaciones van en dos direcciones: una rápida, hacia la amígdala y otra un poco más lenta, hacia la corteza prefrontal. La amígdala es como un detector de humos del cerebro, ya que su función es determinar si la información que recibe de nuestros órganos sensoriales es amenazante o no para nuestra supervivencia.

Como la amígdala procesa la información que recibe del tálamo más rápidamente que los lóbulos frontales, decide si la información entrante es una amenaza para nuestra supervivencia antes incluso que seamos conscientes racionalmente del peligro. Para cuando nos damos cuenta de lo que está sucediendo, nuestro cuerpo puede que ya esté en movimiento. Las señales de peligro de la amígdala desencadenan la liberación de potentes hormonas del estrés, como glucocorticoides (cortisol, cortisona y corticosterona) y adrenalina, que activa el Sistema Nervioso Autónomo Simpático, aumentando el ritmo cardiaco, la presión sanguínea, el ritmo respiratorio, la tensión muscular…

Si la interpretación de la amenaza por parte de la amígdala es demasiado intensa emocionalmente o si el sistema de filtrado de las áreas superiores es demasiado débil, la persona pierde el control sobre la respuesta de emergencia automática, por lo que puede sobresaltarse muy fácilmente o tardar en recuperar un estado de calma normal. Los sistemas de alarma defectuosos provocan arrebatos o bloqueos emocionales como respuestas a estímulos inocuos.

PLANTA ATICO. NEOCORTEX. El cerebro racional.

En el segundo año de vida, los lóbulos frontales, que componen la mayor parte del neocortex, empiezan a desarrollarse. Esta parte del cerebro permite planificar y reflexionar, imaginar y representar escenarios futuros. También son el centro de la empatía, nuestra capacidad para ponernos en el lugar del otro. Es como una “wifi neuronal” que nos conecta con los demás.

Interpreta la experiencia y organiza nuestra interacción con el mundo. Evolutivamente es la parte más reciente del cerebro humano y va aprendiendo con la suma de experiencias.

El área más avanzada del cortex es el cortex prefrontal es el cerebro ejecutivo. Es la parte más humana que nos diferencia de otros mamíferos. Posibilita el pensamiento consciente, la atención dirigida, la planificación y el razonamiento abstracto.

La torre de vigilancia

Si la amígdala es el detector de humos del cerebro, los lóbulos frontales (concretamente la corteza prefrontal medial), situados directamente encima de nuestros ojos, podrían ser la torre de vigilancia que ofrece una visión de la escena desde las alturas, permitiendo observar lo que está sucediendo, predecir que sucederá si realizamos una acción determinada y tomar una decisión consciente, regulando y gestionando las reacciones automáticas producidas por el cerebro emocional.

Cerebro

Implicaciones para la Terapia

Los estudios basados en neuroimagen demuestran que las personas con recuerdos emocionales intensos de ira, miedo, tristeza, o que tienen un diagnóstico de trastorno estrés postraumático u otros trastornos de ansiedad, como es el caso del trastorno de pánico, tienen aumentada la activación de las regiones cerebrales subcorticales, involucradas en las emociones y tienen reducida la actividad en varias áreas del lóbulo frontal, especialmente en la corteza prefrontal medial.

Me gustaría subrayar que la emoción no se opone a la razón, nuestras emociones asignan valor a las experiencias y por lo tanto son la base de la razón. Nuestra experiencia propia es producto del equilibrio entre nuestros cerebros racional y emocional. Pero si la alarma del cerebro emocional es hipersensible debido a experiencias del pasado que para nosotros fueron emocionalmente significativas, el detector de humos pierde su eficacia y se activa muy fácilmente, señalando que estamos en peligro, ante lo cual no hay comprensión por parte de la torre de vigilancia que pueda silenciar esa sensación.

En terapia, si queremos gestionar mejor nuestras emociones, tenemos dos opciones: podemos aprender a regularlas de arriba-abajo o de abajo-arriba.

  • La regulación de arriba-abajo implica reforzar la capacidad de la torre de vigilancia para supervisar nuestras sensaciones corporales.
  • La regulación de abajo-arriba significa recalibrar el detector de humos, para que no se vea activado tan fácilmente.

Podemos acceder a recalibrar nuestro detector de humos a través de la respiración, ya que es una de las pocas funciones corporales que está bajo un control consciente y que podemos modular voluntariamente. Por eso el biofeedback respiratorio es una técnica que permite aprender a modular nuestra respiración para conseguir relajación, incidiendo sobre el freno del nervio vago que activará la rama parasimpática de nuestro sistema nervioso autónomo, induciendo sensación de relajación.

Sonia Pérez Sala